El mensajero de las Llamas Gemelas



Hay historias sencillas que habitan en nuestras ideas aguardando el momento en que tomen forma de palabras y puedan ocupar las páginas de un libro, otras esperan sigilosas en nuestro corazón, a que llegue el momento de ser compartidas con el mundo en general… y en especial con el ser amado que las inspiró.

Hoy es Sant Jordi y por primera vez desde que llegué a esta ciudad, no encuentro las calles de mi preciosa Barcelona abarrotadas de gente, libros, rosas y más rosas.

Hasta esta Rosa está encerrada en el torreón de su castillo, no está mal como eufemismo… si a lo que me refiero es a un tercer piso ubicado en el centro de la ciudad.


Tal y como rememora la leyenda de este día todavía continuamos luchando contra el dragón de nuestros tiempos, aunque hasta el monstruo legendario ha mutado tanto que se ha convertido en un feo virus con corona… Pensándolo bien, semejante personaje bien podría haber sido inventado por mi propio hijo de 8 años como actividad propuesta por su escuela (¡virtual, por supuesto! Que seguimos confinados…)

Pero no puede haber Sant Jordi sin leyendas, sin historias de amor y sin rosas. Por eso dejaré que sean las manos de esta Rosa las que tecleen lo que su propio corazón les dicta en un susurro. Pues si bien no es una historia con la que se pueda amenizar un cuentacuentos, sí que es una vivencia cargada de magia para quien desee descubrirla.



“Cree y entonces verás”

Con este leitmotiv personal que me acompaña desde hace tantos y tantos años inicio mi relato de hoy, 23 de abril, porque no hay dragón que impida que las historias sigan contándose por Sant Jordi, y porque fue un Sant Jordi como éste cuando este mantra, que tantas veces pude haberme recitado inconscientemente… cobró todo el sentido del mundo ante mis propios ojos, hasta entonces incrédulos.

Sincronicidades: Esas “casualidades que no lo son”, que se convierten en un sendero de pistas veladas a lo largo de nuestro caminar por el mundo. En mi caso, es una de esas sincronicidades la que conecta esta fecha exacta con otros momentos importantes de mi vida. Pero me centraré en la que nos ocupa: fue justo un 23 de abril cuando volé con un billete de ida, desde Londres hasta mi adorada Barcelona, el lugar en el que sin saberlo habitaba el verdadero amor de mi vida… sólo que tardaría algunos años más en descubrirlo.


Durante mucho tiempo, los descubrimientos de esa especie de magia que parecía impregnarlo todo eran algo que apuntaba casi siempre hacia mí o hacia aspectos de mi vida que, al menos en apariencia, sólo implicaban directamente a mi persona. De esa manera todo era mucho más sencillo de manejar: me bastaba con decidirme a ignorarlo, negármelo a mí misma y no creer. Así de simple, así de idiota.

Para bien y para mal, soy mujer de ciencias, y mi mente empírica siempre ha querido protegerme de lo que no se me permitía creer… porque desde muy jovencita nunca existió el apoyo de mi entorno cuando “algo inexplicable” sucedía. De esa forma me convertí en una experta en encontrar respuestas racionales a lo que no lo tenía desde el punto de vista de la lógica, y si no podía: “No ha sucedido, no ha pasado, no existe”.


Sin embargo, durante los últimos años, hacía tanto tiempo que estaban manifestándose otra clase de señales con tanta insistencia que resultaba abrumador, y “hasta que no me estallaban en mi propia cara” no les concedía un mínimo de atención, y credibilidad… la justa.

Pero hasta para el más empírico, hay circunstancias imposibles de ignorar, más aún cuando incluso otros testigos ocasionales presencian junto a ti ese tipo de situaciones inexplicables. Y así un día, sin saber cómo ni por qué ni de dónde salía, llegó una frase tan inocua como recurrente que se instaló dentro de mí:

“Cree y entonces verás”

¿Le hice caso? Para nada, pero insistió en quedarse y se quedó. Hacía mucho tiempo que esa frase se había convertido en un leitmotiv que de cuando en cuando aparecía sin permiso, como un susurro cansino que de pronto acudía a mi cabeza, como esas canciones que se cuelan sin querer y canturreamos hasta en la ducha.

Para mí el protocolo era sencillo y el mismo siempre: cuando esa frase aparecía, yo la ignoraba. Pero un día, volviendo en tren a Barcelona, medio dormida con los auriculares puestos, durante una conversación confidencial entre dos de los personajes de la película que estaban emitiendo, escuché estas palabras que me sacaron de mi sopor en cuanto resonaron en mis oídos:

“No se trata de ver para creer: cree… y entonces verás”


Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Hasta tal punto que, al llegar aquella misma noche a casa, antes de deshacer mis maletas escribí esa frase con un rotulador de vidrio en la parte superior del espejo de mi dormitorio, dispuesta a no borrarla hasta que comprendiera qué significaba exactamente para mí.

Sería unos años más tarde, rendida ante la evidencia y en ese mismo lugar, cuando mis piernas me pedirían asiento, me dejaría caer sobre mi cama (repito, rendida ante la evidencia), mis ojos se alzarían hasta esa frase y… por primera vez en la vida, al leerlas de nuevo comprenderían su significado como nunca antes.

La llegada de esta frase en un momento dado de mi vida, no sería ni la primera ni la última vez que se me entregase una pieza aislada del puzle que se iría construyendo poco a poco y sin saberlo a continuación. En este caso, este rompecabezas tardaría años en completarse y, como un símbolo de infinito, comenzaría y acabaría en el mismo punto: “Cree, y entonces verás”.


Mientras tanto, han sido tantas las piezas de ese puzle las que han ido llegando… Esas sincronías que tanto solemos llamar casualidades: algunas de ellas, de hecho, ni siquiera supe en su momento que eran pistas de ese mismo acertijo que se mostraban ante mí. Necesitaría tiempo y perspectiva para comprenderlo.

Por eso, como una luz roja que emerge en mitad de la noche advirtiendo de la llegada a un cruce de caminos, ante el que detenerse antes de tomar la dirección elegida, es a día de hoy cuando sé que esta fecha contiene la huella y la clave de otros momentos que también han sido clave en mi propia existencia. O como la luz de un faro que a lo lejos emerge sobre las oscuras aguas nocturnas como la promesa de tierra firme por fin cumplida.


Casualmente el misterio de ese leitmotiv se resolvió un día de Sant Jordi como el de hoy, casualmente como el día en que yo llegué años atrás a esta misma ciudad… Casualmente… ¿Casualmente? No, cómo va a ser “casualmente” cuando la casualidad no existe. O como diría José Luis Parise:

“Cuando el hombre perdió el contacto con la magia… comenzó a llamarla casualidad”


Llamas gemelas...

Ésta era la temática en torno a la cual se había ido fraguando una idea a lo largo de los años ante mí, pistas encadenadas formando una secuencia de hechos que me habían puesto el tema de las llamas gemelas una y otra vez delante de mis propios ojos. Y yo sin tener ni la más remota idea de qué se trataba.


Las señales que me llegaron a señalar claramente de quién se trataba, los mensajes subliminales, la reaparición del tema años después y el imperativo externo de investigar sobre dicho tema, de escribir sobre el mismo… todo ello me llevó a descubrir en el momento adecuado, cientos y cientos de veces auto negada la evidencia, de que quisiera o no quisiera, yo misma estaba viviendo esa experiencia en primera persona.

Y parecía que “alguien” con ganas de divertirse me dejara pistas, como si de una broma pesada se tratase, para reafirmar esa idea salida aparentemente de la nada años atrás y poco a poco iba tomando fuerza…




Y que por alguna razón todo apuntaba hacia una misma dirección, hacia una única persona: Él.
Pasó el tiempo, y hasta tal punto llegó el asunto que, un día como hoy, un 23 de Abril por Sant Jordi, me atreví a confesar mi teoría, no sé si con más miedo que vergüenza, a quien compartía conmigo aún sin saberlo ese mismo destino… a quien resultaba ser mi propia llama gemela.

“Somos llamas gemelas”, le solté.

A pesar de la empírica mente de quien me escuchó, ante mi sorpresa, su aceptación y su amor se impusieron, y él abrazó esa creencia sin cuestionarla, abrazó todas y cada una de mis palabras por inverosímiles que pudieran ser hasta para mí misma mientras se las hacía llegar… y a mí ese abrazo, esa aceptación y esa confianza plena por su parte me llegaron como uno de los más bellos gestos de amor que podría ofrecerme.


Sin embargo, después de mi confesión, después de marcharme a casa ese mismo día, mi empírica mente seguía machacándome, diciéndome que cómo se me ocurría, que bla bla bla… y en un momento dado, me vi buscando pruebas que fueran irrefutables que me reafirmaran lo que había sucedido, sin hallar nada más consistente que lo que había ido encontrando a lo largo de los años hasta hacer tangible para mí esa verdad.

De esa forma volví al mismo punto de partida: sólo podía hacer una de dos cosas, podía creer o no creer en todo aquello. Y agotada de preguntarme si era real o no, si debía creer o no creer… me rendí…

Y entonces… sucedió.


Eran los últimos minutos de ese intenso día de Sant Jordi, y aquí la misma que escribe ahora mismo estas palabras, en aquel momento desconocía que todavía quedaba un mensaje en ese día por entregar… sólo que esta vez ese mensaje sería para mí, y llegaría esa misma noche, sólo unos minutos después de que acabara el día: Y fue así como llegó a mí la prueba de fe que pedí ese mismo día de camino a casa después de creer sin ver, después de contar y asegurar sin pruebas tangibles que aquello era cierto.

Lo que sucedió aquella noche, entre las paredes de mi habitación, fue lo que me hizo sentarme en la cama porque mis piernas no me sostenían, porque mi incredulidad empírica no podía hacer otra cosa que rendirse ante la evidencia de cuanto sucedió ante mis propios ojos.



Lo que sucedió en aquel momento es algo que hasta ahora sólo me siento capaz de contarlo en un susurro, con complicidad, con tanta confianza como amor… a la única persona a la que pertenece ese secreto tanto como a mí.

Pero sí diré que en el momento en que me rendí ante esa evidencia, mis ojos se alzaron sin pretenderlo ante mi pregunta de “¿qué ha sucedido?” y encontraron la respuesta escrita en la parte superior del espejo, donde unas palabras manuscritas por mí misma con rotulador de vidrio llevaban años aguardando el momento idóneo para encajar en el lugar adecuado:

“No se trata de ver para creer… cree, y entonces verás”

El mensajero de la noche de Sant Jordi me entregó la prueba irrefutable de que se trata de creer para poder ver, y lo hizo no solamente para premiar mi fe, sino también por ir un paso más allá y apostarlo todo a favor del amor a pesar de mis propios miedos, y atreverme a compartir aquello con la otra parte implicada… aunque supiera que todavía faltaría mucho tiempo para que él pudiera comprender de la misma forma que yo, una de las mayores y más complicadas evidencias que nos entregaría la vida, y más aún a través de tan misterioso mensajero.


Por eso, si en algún momento la vida se muestra misteriosa ante tus ojos y te das permiso a preguntarte “¿Y si…?

Si alguna vez, querido lector, tu racional mente no es capaz de encontrar una respuesta lógica a cuanto sucede ante tus propios ojos y te permites sentir con un “¿Y si…?”

Y si todo lo que te cuento no fuera una metáfora, ni un cuento de Sant Jordi para este año extraño… Y si por un momento te preguntas si lo que aquí te cuento te pudiera suceder una noche a ti… Y si…

Que cada cual saque sus conclusiones, hoy es Sant Jordi y aquí dejo esta historia escrita, a la vista de cualquiera que desee leerla, pero si por alguna razón, lógica o no (eso decídelo tú mismo), llegas hasta este mismo escrito, pregúntate por un momento si la casualidad existe, si crees en la magia que se oculta ante nuestros ojos incrédulos…


…Y si llegado el momento te planteas que este post pudiera ser una pista más dentro de tu propio camino o una pieza del puzle que quizás, solo quizás, algún día encaje en tu propio rompecabezas… Consérvalo como un pequeño tesoro personal.

Quizás seas tú quien un día como éste escribas tu propia historia cargada de magia: la de tu más bello sueño hecho realidad.

Éste es el mío, y se lo dedico a él, a quien lo construye paso a paso junto a mí cada día, al verdadero amor de mi vida… a mi amada llama gemela.


(Te amo)

Comentarios

Entradas populares