Mata Hari, la esfinge y el ansiado reencuentro



Si te dijera que pienses en la guardiana de un tesoro, ¿quién me dirías? A mí me viene a la cabeza la idea de la esfinge, la terrible criatura mitológica que velaba por proteger aquello que tanto valía, y hacerlo de tal manera que sólo quien fuera el auténtico merecedor del valioso tesoro que ella custodiaba… podría cruzar el umbral.

Para quien se pregunte qué forma tiene una esfinge, muchos se remitirían a la idea clásica que le pone rostro de mujer, cuerpo de león y alas de un pájaro, pues más o menos así la describían sus leyendas… aunque bien sabemos los que nos enfrascamos en la aventura de vivir, que esa esfinge adopta con frecuencia otras formas para adentrarse en la realidad cotidiana, y cumplir así con su misión ancestral.

Por eso algunos sabemos que, a veces la esfinge, también puede tomar la forma de un contratiempo surgido de la nada y que desbarata los planes previamente trazados, también podría ser un sinfín de obstáculos que desalentaría a cualquiera hasta hacerle tirar la toalla, incluso situaciones que te apartan de tu camino con tanta insistencia que parecerían pruebas bajo una cámara oculta.

En cualquier caso, sea cual sea la forma que adopte, su misión es dificultar el acceso hacia aquello que tanto amas. ¿Y sabes para qué? Para que descubras por ti mismo el auténtico valor de aquello que tanto anhelas.

Por eso no podemos olvidar cuál es la labor de la esfinge: proteger el tesoro de cualquiera que lo ambicione… y sólo dejar cruzar el umbral de la puerta a quien realmente le pertenezca, a su legítimo dueño.


Volvamos ahora al momento actual, tan actual como esta misma tarde de mayo, 15 para ser exactos… con la que estaba cayendo. El mundo se puso patas arriba y se volvió loco.

Así llevaba para nosotros semanas y semanas, hasta el punto de atreverse a separar forzosamente y durante dos largos meses a quienes están destinados a estar juntos. Pero no me daba la gana de continuar aceptando esto. Not anymore…

Para todo hay un momento en que dices basta, y después de días y días dándole vueltas al making-off de mi rebelión personal, hoy ha sido ese día: armada con unos tacones, una mascarilla y una floja coartada, salí decidida a encontrarme con mi amor.

Si dijera que no he sentido miedo a que me pillaran infraganti, mentiría… así que lo admito; un par de veces me he visto contra las cuerdas y las piernas se me aflojaban ¿para qué ocultarlo?

Pero es curioso cómo una clase de coraje sale de tan adentro que ni sabes que es tuyo, solo porque de pronto recuerdas que nadie tenía derecho a quitarnos los abrazos que son nuestros, ni los momentos compartidos que nos prohibieron, ni el tiempo que una vez que se ha ido nunca volverá… Y consciente de todo ello, salí dispuesta a capear la situación lo mejor que pudiera.

Es curioso cómo cuando recuerdas todo eso, aflora la persona que realmente eres, con toda su contundencia, y una especie de poder imparable te yergue ante la realidad, con una seguridad que probablemente disuada a cualquiera que te contemple desde fuera e intente frenarte.

Cómo somos… depende tanto de cómo nos aliamos con nuestras fortalezas para desprendernos de nuestros miedos que de sentirte vulnerable ante una enfermedad mortal, vulnerable ante la autoridad, vulnerable ante la ley que impone y castiga… de pronto, te rebelas…  y te sientes invencible, liberado.

Y así, cual Mata Hari urbanita en tiempos pandémicos, salí dispuesta a burlar la autoridad y cruzar los límites silenciosamente. Así he atravesado hoy dos veces la ciudad que adoro y que jamás había visto tan desolada. Vacía, silenciosa, cohibida bajo el fantasma que acecha invisible detrás de cualquier rincón llamado covid-19. Pero mi mente sólo pensaba en cómo lograr llegar hasta él sin ser vista… y así llegué.

Y cuando después de múltiples contratiempos que hicieron más complejo el camino y más valiosa la victoria, cuando por fin alcancé el lugar donde mi amor me esperaba, me detuve unos instantes ante las últimas puertas que nos separaban justo antes de vernos, como quien se detiene ante la esfinge que protege el último umbral y custodia tu mayor sueño… para mirarla a los ojos, ya no como la enemiga, sino como la igual que te puso a prueba para mostrarte el inmenso valor del tesoro que aguarda en su interior.

Por eso, a pesar de mis inmensas ganas de llegar, en ese momento me he detenido sólo para tomar conciencia una vez más de todo cuanto habíamos vivido durante esos meses, de todo cuanto estaba sucediendo en ese mismo instante, detenida ante las puertas de nuestro ansiado reencuentro, y de todo cuanto estaba a punto de suceder.


Y así, con la conciencia completamente despierta y la atención plena ante el último paso que daba, crucé el umbral de la esfinge, en el mismo instante en que el reloj de pronto se detuvo:

Allí estaba él...

Cuando sólo tienes un cuerpo, un alma, un corazón, y un único primer instante… ¿por dónde empiezas después de tanta espera? De pronto dejas de pensar, y permites que todo lo demás te guíe: entonces he sabido cómo con un abrazo se puede viajar, porque al fundirme en sus brazos regresé por fin a casa, concretamente a Hedonicum, nuestro paraíso, nuestro hogar.

¿Qué más podría decir para ser certera, cuando cualquier palabra se quedaría corta con cuanto allí sucedía?

Pero, sí diré algo:

Que no me extraña que todas esas esfinges protegieran ese momento, porque de todos los lugares increíbles que alberga este mundo, de entre todos los maravillosos rincones escondidos del planeta, era justo ahí, donde mi cabeza reposaba en ese instante, sobre ese pecho divino, escuchando su corazón de nuevo: ése era el único lugar donde yo deseaba estar. Y allí estaba, abrazada de nuevo al amor de mi vida.

Lo que ocurrió a continuación durante el tiempo en que conseguimos engañar al reloj para que no marcara las horas… queda entre nosotros dos, entre las paredes del mismo lugar que cruzó nuestros destinos años atrás y que una vez más nos guarda el secreto.

Y para el que ahora me estará leyendo, sabiéndose protagonista de esta historia… sí, mi vida, siempre será muy difícil despedirme de ti, aunque siempre sea un hasta luego y aunque cada vez falte menos para el día en que no tengamos que despedirnos al acabar el día ni esconder nuestro precioso amor a los ojos del mundo.

Y hasta que ese momento llegue, cuando volvamos a encontrarnos ante la esfinge custodiando ese tesoro que nos aguarda a ambos, nos deja en un susurro esta certeza: que no hay nada ni nadie sobre la faz de la Tierra que pueda separarnos… porque eres tan parte de mí como yo lo soy de ti.

Te amo

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